domingo, 1 de marzo de 2015

Sin título para los muertos..........

3. HISTORIAS PARA USTEDES.
CONCLUSIÓN
3.E.3.E.3.E.3.E.3.E.3.E.3.E


Atracción sexual
Atracción intelectual
Atracción espiritual
Atracción animal
Atracción social

Que un ser sintetice eros-intelecto-locura no quiere decir una perfecta armonía de ese ser. Por el contrario, las posibilidades de encontrar la manera de asirla disminuyen a causa de esa, su dislocación. Pero aumentan inversamente las fuerzas de su atractivo, y, posteriormente, las de su fidelidad. ¿Por qué? Porque es como una gatita suelta y arisca, que anda en la búsqueda la mano que le de su lechita, todas las noches, calientita, salida de las entrañas del sexo de su amo. Semen para cenar. Neuronas para el cereal. Tonterías para acariciar. Alucines para sentir.

Es mi burbuja, pero también mi eterna sensación de desprotección, la cual, no obstante es una bagatela comparada con mi vida anterior.
 
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HISTORIA DE SU VIDA ANTERIOR
(esa si, material y moralmente comprobada en su orfandad).

Luego de muchos años la Maestra de Español regresó en el año 2015 a la Biblioteca de Balderas de la Ciudad de México. Se le encogió el corazón.

Su historia con este lugar se teje hacia unos años de su vida muy significativos. Salvajes. Por aquel entonces, la Maestra de Español contaba con escasos recursos pero rebosaba de adolescencia. Se sentía un ser sin mucho pecho ni nada de pierna, se sentía la pura rabadilla andante. Vivía sin capital económico ni social, pero contaba con un ardiente espíritu que le daba para sentirse una soldada lista para embarcarse en cruzadas urbanas, rockeras, punketas, en tardes de ciudad penetrable, salía armada con su pantalón de mezclilla, su camisa de cuadros azules y sus fabulosos e isotrópicos conversalestar.

Hace años, la Maestra de Español iba a ese lugar diariamente, pues estaba inscrita en una Vocacional ubicada a pocos metros del edificio de la Biblioteca, otrora escenario de batallas sangrientas iniciadas por chacales militares traidores contra próceres de la democracia. Eso era lo que le habían contado y se lo guardaba en la cabeza bajo la forma de un cómic, así, con close up y segundos planos, puntos de fuga y cuadros por toda la página, heridos, cañones, uniformes, ojos salidos, rostros exagerados, ballestas y rifles 30-30, puro blanco y negro excepto donde yacían los cadáveres de soldados regados por la Ciudadela, ellos si, bañados en sangre roja... ¡pum-pum-pum! Así pasó sus exámenes de Historia de México y con esas imágenes llegó por primera vez a la Plaza de la Ciudadela.

Y sucedió que, como el soldado que pudo sobrevivir a la guerra y regresa a su pueblo silvestre, descubrió con sentimiento de extrañeza el rostro de una nueva cotidianidad. Descubrió las cosas ahora ordinarias para quien ahí habita, las cosas de una casa de siempre pero con la distancia de la mirada del extranjero. Así, las cosas más nimias no las vio como las conoció, ni como las mantiene  tatuadas en su memoria, su maravillosa memoria que cada vez se le hace más y más grande, su memoria que va adquiriendo cada día más forma de tesoro gigante pero pesado. (Se dice a sus adentros, tal vez sea esto con lo único con lo que cuento, con mi cerebro colgante de recuerdos que en horas lo estiran hacia todas direcciones, los recuerdos que le brotan como tumores de planta enferma, como planta con hongos, repleta de formas monstruosas, agujeros que conducen a laberintos asesinos, su cerebro lleno de ramilletes de ratas muertas y podridas, rugoso de múltiples voces que se aglutinan para salir a la menor provocación, río revuelto que abraza en su caudal  un puro lodo verde que ahoga las flores venosas que se dan como pantano en época de monzones, su  cerebro rancio y cultivado, su maravilloso y tormentoso cerebro será lo único con lo que se va a morir, suspira melancólicamente y se siente, por enésima vez, cada vez más vieja, está vieja).
 
Esto, más la distancia del tiempo interior, (esa que nos muestra que internamente hemos estado por lugares que se miden no en distancia espacial sino por múltiples emociones y variedad de sentimientos, estados de ánimo diversos, -pobre de aquel que solo experimenta sentimientos monótonos, sean estos terribles o insípidos, "solo se aburre la gente aburrida" decía Bukowsky, y tenía razón-. El tiempo interno de la Maestra de Español es harto cambiante en un sólo día. Es repelente del tiempo termodinámico. Su tiempo interno además, con el correr de los años, esos tercos años que van preparando el año final, ha pasado de las olas violentas y envolventes del mar de los infiernos de Dante a la lava quemante del volcán en erupción que ahora define de su vida. Sus pies caminan sobre fuego diariamente. Una costra de lava rojinegra es su sello cotidiano, por eso nadie se le acerca. En su rostro ya no hay nada a primera vista, pero basta miran un poco en sus ojos, en sus esquivos ojos para darse cuenta de su cicatriz. Basta con bajar la mirada para mirarle la lava en la que ahora se apoya y sobre la que ahora camina espeso, como diciendo si te me acercas... te quemas), hicieron que al entrar en aquel recinto ella pensara en que estaba como abriendo un cajón con las fotografías de un edificio igual pero diferente:
la entrada no era igual, sólo había una y no dos como ahora, no existía esa reja que hoy bordea todo el exterior del edificio, esa reja ahora no deja sentarse en el piso, recargándose contra la pared su espalda, ahí sentada en una tarde de mayo de 1995 ella había llorado sola y sin mirar a nada ni nadie, sin saber qué hacer solo sentía lo duro de la pared en su espalda y veía el piso a sus pies, al cielo oscurecerse poco a poco con una belleza que lo mismo la llenó de miedo como de incertidumbre: ¿dónde iba a pasar la noche?. Había una gran sala cuadrada donde se consultaban los catálogos, y en  cada una de sus cuatro esquinas se encontraba el camino para las cuatro salas de acceso a los libros. Había una sala pequeña donde montaban exposiciones de fotografía, ahora esa pequeña sala no existe como tal sino que dio lugar al Centro de la Imagen que se encuentra a un costado del edificio. Por supuesto no había computadoras. Había otra pequeña sala donde proyectaban películas, vio varias. Afuera en el parque, los cañones del monumento estaban listos para ser montados por los adolescentes exploradores como ella que, con su refresco en bolsa bautizado con Bacardí lo sorbía con popote junto a su amiga Adriana en los días que salín temprano, así, la liberación clandestina decían. Lo único que seguía igual eran los puestos de libreros del pasillo que se encientan a largo de la banqueta de la avenida Balderas. Ellas solían sentarse en el pasto de las jardineras. Hablaban de música, de ropa, de sus planes de hacerse fotógrafas e irse a vivir a un departamento juntas, de los brasieres que les convenían más para que se vieran más su pechos, de comprarse un jetta, de las tareas que no hacían...
Durante las horas que pasó en la biblioteca miró la belleza del lugar remodelado, leyó en ratos en una fabulosa sala solitaria, toda era para ella. Su atención se centraba alternadamente en su presente y en sus recuerdos. La sensación de ser una extraña que era mirada por los oriundos del lugar que notan su presencia la acompañó hasta que salió ya por la tarde cuando le dijeron que ya era hora de cerrar. Pero cuando salió y caminó hacia la avenida Balderas esa sensación no desapareció. Caminaba y se sentía ante la gente de los puestos que hay en el recorrido como la extraña que es notada por los demás. Así fue hasta que llegó a la avenida Juárez, al entrar en esa avenida llena de gente sintió el alivió, se sintió en territorio conocido y no dominado por ningún demonio en particular.

Estaba profundamente conmovida. Sin dejar de caminar invocó hacia sus adentros la sensación de sentir que flotaba, de sentir que no estaba ahí, quería volar por toda la ciudad, se pensaba protagonista de una película en blanco y negro, ansiaba volver a estar en eso años, sentir que era la misma, la misma chava loca que no tenía futuro, ni un clavo para asirse de él, ni lugar para dormir, ni agua para beber, ni alimento para vomitar, ni referente para pisar, sin mapa ni red, quiso ser nuevamente aquel ser que era arrastrado por un laúd que apenas estaba comenzando, el remolino de su implosión existencial.

Como el herido que sale del hospital de guerra y mira en la calle a la gente que no se ha enterado de nada de su sobrevivencia, se miró en el cristal de un local y solo puro ver una sola cosa:
.::.eres nada.::.



 

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