lunes, 14 de abril de 2014

¿Pero qué clase de gente tan diabólica es esa?

GENTE DIABÓLICA (1a parte)

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Simulamos lo que no somos
Disimulamos lo que somos
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Era una de esas que llaman vampiresa negra, solitaria en su andar, barniz rojo en las uñas, cabellera negra, larga y suelta, de piel blanca y delgada adentro de su vestimentas negras, escote de encaje, piernas dibujadas y largas; su actitud era distante y de apariencia segura, simulando que no atendía el contexto masculino a su alrededor. Evasiva en las miradas se guardaba su mundo interior para el que quisiera ver. Hombres y mujeres la miraban con pregunta y ella sentía esa curiosidad como manos por su cuerpo. Era una especie de droga negra decía uno, una araña loca decía otro, una gata huraña se decía ella misma.
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Simulaba su seguridad
Disimulaba su soledad
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Así andaba ella por la vida. Cavilaba que, a fuerza de construir una barrera de distancia social que la pusiera a salvo, ahora no podía salir de esa situación, ya no le salían las palabras, más bien la mudez le salía al paso. Se sentía tonta, ridícula. Se preguntaba cómo es posible que la reina de la wissenschaft von der gesellschaft tuviera rota la socialidad, cómo es posible que no pudiera conocer o manejar los rituales de la vida cotidiana y sobre todo, los del lenguaje difícil y enigmático arte de ligar. Tan tonta le parecía esa situación. Trataba de consolarse pensando que tal vez no era tan anormal, que tal vez eso era equivalente a que un dentista estuviera chimuelo o un doctor enfermo, o que un economista fuera pobre, o que un psiquiatra estuviera loco, o que un filósofo con pura voluntad pero sin representación o con representación sin voluntad... Pero inmediatamente se volvía recriminar e insistía en que esas situaciones no eran normales, bueno, es que ella no era normal.
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Simulaba cordura
Disimulaba su insania
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Ella lograba acercarse a la barra a pedir una cerveza. Un tipo le decía al pasar: qué rica estas mami. Pero era cosa que no la afectaba, pues lo ponía en el lugar de las categorías intrascendentales. Ella no coqueteaba, no seducía, porque ella no miraba a nadie: era un búnker. Al poco rato carecía de misterio, su magnetismo se transformaba en patética indiferencia, en frialdad intratable. Ella se sabía ya, un ser trágico, con una dosis de desequilibrio, que, sin haberlo planeado, había aprendido a disimular. Pensaba que, aunque las vidas no están noveladas, sin embargo, ella sabía demasiado de la vida, tenía suficientes razones prácticas. A su edad, había tenido ya una terrible dosis de experiencias adultas que ponen a las personas con el alma dura, callosa y loca, pero al mismo tiempo sabía y serena, enigmática es la paciencia. A mi, lo negro de su filosofía me intrigaba, lo negro de su seguridad me desarmaba. En aquella cantina del centro de la Ciudad de México, esto es parte de lo que ella me contó:
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¿Qué tipo de hombre es el que me corresponde? ¿Qué tipo de hombre es capaz de contenerme, de someterme al amor? Los hombres que he querido se han desecho de mi en más de una ocasión. Ha habido quien me ha mirado como alguien que nunca va a sentarse al amor, que andaré de cama en cama hasta terminar sola, una vieja que termina sola, con la certeza aprendida de la derrota ontológica.

Yo sé que en la vida no todo son libros, pero hasta ahora han sido mis acompañantes serenos y hablantes a la vez, sí, me hablan y yo escucho, yo me masturbo con ellos, yo me libero con ellos, me abrazo a sus historias, me excito con su eros vital, gracias a ellos contengo a mi insania rampante dentro del límite que me permita estar. A veces me pregunto si estoy pagando la amargura de mi corazón con la ansiedad de la soledad (ya estoy ebria). Ya ni si quiera se qué es lo que quiero de un hombre, tal vez nunca lo supe. Tal vez si ha habido hombres que me amen sin que yo les cause miedo, tal vez es como decía la hermana de mi amiga Alejandra, ya merito.

 ¿Sabes quién es Alejandra? Alejandra era mi amiga. 

Alejandra (no Pizarnik) vivía con su mamá en una vieja vecindad de la Roma, la calle era Chiapas y el número el 39. La vecindad tenía un pasillo largo, si la mirabas de frente, sobre su costado derecho estaban los 7 departamentos que la componían. Era una casa antigua y con los techos altos, con paredes gruesas y adornos viejos, cada departamento era de 2 pisos, bastante grande, con 3 habitaciones espaciosas en el piso de arriba, el piso era de madera, tan vieja como la casa.
Éramos más pobres que las pulgas que habitan en las últimas tetas de las ratas de Bukowski, Alejandra vivía de la beca que le daba la UNAM, su mamá de la limpieza ajena que hacía en las casas de los vecinos, y yo de nada. Alejandra siempre había sido de dieces desde la primaria pero nunca le habían dado un diploma ni medalla de primer lugar, sin embargo, la universidad le dio una computadora por su alto aprovechamiento al finalizar sus estudios en la prepa 7 de La Viga. Su hermana, que también vivía en la vecindad, por esa situación le decía "la ya merito".

Yo conocí a Alejandra una tarde que ella llegó a pedir trabajo en el centro de fotocopiado en el que yo trabajaba frente al Estadio Neza; tiempo después, cuando ya éramos amigas me dijo con su sonrisa de siempre: cuando yo te vi Sado, pensé que eras bien rockerota por tus convers que vi debajo de la cortina que estabas abriendo. A Alejandra le gustaban muchas de las cosas que yo leía, escuchaba o hacía. Era ligeramente más chica que yo, como 2 o 3 años nada más, pero eran suficientes para que ella me viera como alguien con más experiencia del mundo, a esa edad de 16 años, un año es mucho tiempo.

Había días en que a Alejandra y a mi nos tocaba ir por las tortillas, íbamos a la cera de enfrente, era una tortillería del padre Chinchachoma y la atendían sus muchachos rescatados de las drogas. Uno de ellos coqueteaba, desde mi entender, con Alejandra, nos recitaba poemas de memoria con una gallardía de adolescente similar a la de aprendiz de rockero que ha podido tocar la guitarra y lo muestra a la chica que le gusta. Decía: miren, ya me se otro poema, ¿se los digo? Pero Alejandra se quedaba callada esperando a que yo lo atendiera, por decir así. Y yo le decía va, no teniendo otra alternativa, y se soltaba todo el rato que estábamos formadas hasta que pagábamos y nos íbamos. Me cae mal, me confesaba Alejandra, siempre se quiere hacer el que sabe mucho. A mi no me lo parecía, supongo que era porque los pavoneos no estaban dirigidos a mi, sino a ella. Lo que no sabíamos es que ese adolescente medio cachetón, moreno y simpático a mi entender, tiempo más tarde se haría punk luego de haber leído un libro de Bakunin que estaba en la biblioteca del padre Chinchachoma, esto ocurrió después de que se escapó de la tortillería un día por la mañana, se fue a su antiguo barrio en El Cuernito, arriba de la zona del metro Observatorio, habló con su madrina que lo cuidaba y le dijo que ya estaba viviendo con un padrecito que cuida a los niños y les da de comer y los ayuda para que ya no se hagan daño a sí mismos. Su madrina le dijo que bueno, que entonces para qué chingaos había regresado si ya tenía otra casa, que si se quedaba ahí con ella se tenía que cuadrar a lo que ya sabes que hay, porque tu no te mandas solo pendejo y si no trabajas para que regresas, qué crees que eres de palo y no comes, crees que tu comida no cuesta, y encima te haces el muy respondón y no quieres ayudar en nada, no chamaco, aquí no es así, aquí o trabajas o trabajas. Ante esta respuesta, nada fuera de lo de siempre, pensó yo no se pa' que vine, bueno, es que le quería avisar a mi madrina que no se preocupara, que ya no iba a regresar a la casa pero quería que supiera que no estaba de marihuano como sus primos. Regresó caminando a la tortillería, sin prisa y viendo cosas por el camino, zapaterías, chucherías que vendían en la calle, gente en los autobuses, perros y lo demás que hay en el poniente de la ciudad. Llegó por ahí de las cuatro de la tarde a la puerta donde se da la masa y los otros jóvenes y trabajadores se le quedaron viendo haciéndole sentir que algo había pasado. La muchacha que despachaba la tortillería lo vio desde su lugar y luego de ver que no se metía le dijo en un grito, métete, tienes que ir a ver al Chincha, así lo hizo pero se espantó, pensó que ahora si le iba a ir mal, antes de llegar al refugio había escuchado rumores sobre lo que el padre Chinchachoma hacía con los niños que rescataba de la calle, que si les pegaba, que si los ponía de esclavos a trabajar, que si los vendía a señores que les quitaban los riñones, que si los llevaba a la policía, que si los quemaba y los amarraba... mejor se regresaba al barrio, si, se podía quedar en el barrio de Tacubaya, el otro día había visto que en el mercado había unas escaleras y que en la azotea se podía quedar, ahí nadie me encontrará en las noches, pensó. Pero justo en ese momento llegó el padre Chinchachoma y le preguntó con voz tranquila, a dónde fuiste, tienes que avisar, porque si no yo me preocupo si no se dónde estás tu o alguno de los otros muchachos, vente, vamos a la parroquia. Al llegar no entraron al templo sino a la cocina de la sacristía, ahí le dijo que comiera si no lo había hecho y que lo esperaba en su oficina. Su oficina era su biblioteca, ahí le dijo que todo lo que había en ese lugar lo podía tomar, son para leer, y leer es bueno para el corazón (en ese momento se tocó el corazón), lo agarró por un brazo y le siguió hablando de que la vida puede cambiar si recibe a Jesús en su corazón, etc., lo dejo solo en la habitación para que escogiera lo que quisiera. Eligió el libro de Bakunin por lo que leyó al azar:
  • "No me hago libre verdaderamente más que por la libertad de los otros, de suerte que cuanto más numerosos son los hombres libres que me rodean y más basta es su libertad, más extensa, más profunda y más amplia se vuelve mi libertad".
Y eso breve que leyó, efectivamente, le llegó al corazón para el resto de su vida, de modo que se hizo anarquista al amparo y guía del padre que seguía hablándole de la vida Jesús y él pensaba y hacía teorías que explicaba a sus compañeros del refugio: Jesús fue el primer anarquista de la historia, neta güey... Punk de botas con cadenas, pantalones de mezclilla negra, cocidos por el mismo para entubarlos, playera negra con la A de la anarquía, que cuando se rapó y comenzó a usar lentes para su miopía, las chavas comenzaron a verlo... interesante, se había vuelto guapo el condenado, atractivo por su inteligencia y sus libros, era buena onda. Por lo demás, seguía disfrutando de las miradas de sus interlocutores al escucharlo repetir de memoria pasajes de lo que leía, al igual que lo hacía con nosotras al ir por las tortillas, aunque a Alejandra eso no le llamara la atención. ¿Cómo resolvía el ateísmo de la anarquía con las misas del padre Chinchachoma? No lo sé ¿Cómo le hacía para leer la biblia sin cuestionar cada frase y sentencia moral? No me preguntes, solo sé que no se le notaba ninguna incomodidad al momento de ir a la misa vestido de punk, ni al momento de hablar de las enseñanzas morales de la vida de Jesús con su banda. Supongo que a los ojos de sus cuates se entendía que era uno de los chavos del padre Chincha, con todas las creencias y gratitudes que esto implica, y por otro lado, supongo que el padre Chincha prefería ver a un punk anarquista queriendo publicar fanzines, en vez de un chavo drogado sin identidad ni valores, creo, no sé.
Alejandra y yo comenzamos a vender elotes en la entrada de la vecindad, con eso sacaba yo para los pasajes al CCH, lo cual era vital para mi, pues era lo único que me daba algo de dinero, ahí veía a los amigos del colectivo que me prestaban una lana, esa era la palabra, me prestaban lo que nunca les iba a pagar de igual manera, ni ellos me iban a cobrar. Un día me dijo Alejandra que fuéramos a caminar, que fuéramos por un helado, caminamos toda la calle de Chiapas en dirección a Insurgentes, compró un helado que comimos micha y micha ¿va? ¡va! Llegamos hasta la avenida platicando sobre la música que nos gustaba, escuchábamos Radioactivo 98.5, repetíamos los promos de la estación y nos botábamos de la risa, luego yo le contaba de la estación Rock 101 que ya no existía, pero que había sido la mejor estación de radio que había habido en la ciudad, regresábamos a la casa y poníamos El Silencio de los Caifanes que le había prestado su amiga Maru, que era una chaparrita chiquita de Tepito que manejaba un inmenso bocho que su papá le había regalado para que fuera a la universidad, (al igual que Alejandra, acababan de ingresar a su carrera, Alejandra entró a estudiar Medicina, yo tardaría algún tiempo más por las 16 materias que salí debiendo, ella se hizo médico), Maru decía que el carro estaba bueno, pero que si se paraba o algo ya no funcionaba ella le hablaba a la refaccionaria de su papá y él iba por ella a donde fuera y lo arreglaba, esto le provocaba a Maru una sonrisa linda en su rostro. A veces Alejandra ponía una canción de Nirvana que tenía grabada en un cassette, se ponía de frente al estéreo con la luz casi tenue que agarra la tarde casi al oscurecer, escuchábamos la canción, yo no sé si ella sabía inglés y trataba de entender la letra o si simplemente le gustaba tanto que tenía que quedarse frente a la pared y el aparato de música para escuchar mejor y solitariamente la canción, o tal vez cantaba y prefería que yo no la viera en ese momento.
Una vez en la noche, luego de ver la novela que le gustaba a su mamá, me dijo que fuéramos a dar una vuelta a ver si había algo. ¿Algo? Si, es que luego la gente deja cosas buenas, vamos Sado, sale, vamos. Salimos a caminar en la misma dirección hacia Insurgentes. Sobre las banquetas vimos bolsas de basura, una caja con revistas Vogue, un par de guantes de boxeo rotos pero remendables, pensé; un marco de fotografía roto por una esquina, un wáter de porcelana blanco, una base de lámpara de mesa sin foco, un nudo de agujetas de todos colores, nudo in-solucionable, pensé. Regresamos y en el pasillo de la vecindad nos encontramos al cuñado de Alejandra y ella le dijo que había un wáter en buen estado, que por qué no iba por él, su cuñado apresurado fue y se lo trajo a su casa, luego le platicamos de esto a su mamá que para nuestro desconcierto (y vergüenza de Alejandra) la regaño, ay Alejandra y por qué no te lo trajiste para acá, qué tonta eres... silencio.
Sucedió la guerra, así le llamó la hermana de Alejandra al desalojo que vivimos por parte de los granaderos. Se había perdido el juicio legal y la lideresa de la toma no le dijo a nadie porque no pensó que fuera a ser de esa manera, pues todos ahí eran gente pacífica que lo único que buscaban era un lugar para vivir, y que lo iban a pagar solo que les dieran la oportunidad de comprarlo. La guerra llegó un sábado a las 9 de la mañana, no todos se habían levantado, se empezó a escuchar ruido en el pasillo, muchas voces pero la de un hombre era la más fuerte, el que daba órdenes. No había pasado el tiempo suficiente para preguntarnos entre las tres ¿qué habrá afuera, tu? cuando un golpeteo fuerte azotó nuestra puerta: ¡La puerta! ¡Abran la puerta! Acto seguido la mamá de mi amiga dijo dirigiéndose solo a ella, levántate Alejandra y ve a ver a tu hermana.
A nadie de los vecinos nos agredieron, todo fue avisado, a ver señores tenemos la orden firmada por el juez de desalojar este inmueble y traemos órdenes de aprensión, les pedimos amablemente por su bien que no opongan resistencia, cooperen y todo saldrá bien, a nosotras que éramos las únicas mujeres en el departamento nos atendió, por decirlo así, una granadera mujer que tuvo la atención de sacar la computadora de Alejandra con cuidado aunque sin escuchar lo que mi amiga le decía, eso de que ella la sacaba, pero la mujer policía le respondió que no te preocupes amiga, yo te la dejo afuera. El resto de policías nos miraba, y parecería mucho narcicismo de mi parte decir que me miraban más a mi por mi condición pero era cierto, me tuvieron mayor consideración.
En el desalojo se llevaron detenidos a una persona por cada uno de los 7 departamentos, con la ayuda del papá de Maru y de 2 ex-novios de Alejandra, conseguimos pagar la fianza de su mamá por la tarde y una mudanza que llevara las cosas a la casa del abuelo de Alejandra hacia la colonia Agrícola Oriental.
Antes de abandonar el inmueble, cuando se estaban sacando las últimas cosas, cosas menores como macetas y lazos de los tendederos, el cuñado de Alejandra les dijo a los granaderos que algo se le había olvidado y se metió junto con unos niños y otros vecinos. Ya adentro, sin zaguán de por medio que pudiera ocultar la escena, vimos como comenzaron a arrojar piedras a las ventanas de los departamentos, las rompieron todas en medio del sonido característico que tienen los vidrios al romperse, a los policías nunca les vimos la intención de detenerlos, supongo que sabían que la construcción se iba a demoler, tal como ocurrió, a la fecha hay otra casa, no nuestra vecindad.
Alejandra y su mamá se fueron a la casa de su abuelo y yo me fui a vivir al CCH hasta que una familia me quiso llevar, dijeron que no era bueno ni apropiado que en mi condición yo estuviera ahí, que era peligroso, todos los compañeros estuvieron de acuerdo pues siempre estuvo el riesgo de que los porros llegaran a querer reventar la huelga. Era noviembre de 1995, era la huelga de los CCH's del 95, el PRD aún no ganaba las elecciones en la ciudad y no había despenalización del aborto ni los apoyos a madres solteras que hay ahora. A mi la UNAM me salvó la vida, si no fuera por la ella quién sabe que hubiera sido de mi vida, fue mi salvavidas como lo fue el libro de Bakunin para el chico de la tortillería de enfrente.
Pero aun no pasaba lo peor, además de lo que estaba viviendo y de lo que estaba huyendo, llegarían acontecimientos que caerían como bombas sobre mi vida, sin tener la posibilidad de hacerme un lado para aminorar el golpe, o la explosión, que  más da. Llegarían las drogas y el alcohol, la vida en las calles, la depresión de 18 años, el esfuerzo de mantener a cuestas mi humanidad sin suicidarme, el ingreso al hospital... por eso digo que a mi la UNAM me salvó la vida, fue mi puerta de escape al encontrar un mundo propio ahí, fue como salir de un mundo para entrar a otro.
Le perdí la pista a Alejandra, aun la sigo buscando en esa cosa tan endemoniada que es el Facebook. Sé que terminó la carrera, pero qué puedo hacer ¿Buscar en todos los hospitales y clínicas de esta ciudad a una Alejandra con sus mismos apellidos? A la fecha, cuando me entran ganas, pongo la canción y empiezo a recordarla en su casa de la Roma, frente a la pared, balanceándose ligeramente al compás de la canción del que considerábamos el hombre más guapo que había vivido jamás sobre esta tierra.

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